¿Yo?
Espera.
Ya no sé.
Espera que medite un poco.
Umm.
Ya.
Escucha.
Esa felicidad tan amarga que conmueve mi corazón de débil latir.
El ritmo está descompasado, la válvula mitral está deprimida, y funciona arrítmicamente.
Pienso en que sería bueno consolarla, pero me pregunto si de verdad vale la
pena.
Late con distorsión, un eco sordo
que ensordece con su silencio.
¿Dónde estoy?
No me encuentro en el
espejo.
¿Esa soy yo?
¿De verdad?
No me veo.
¿Esa?
¿Eso?
No veo nada claro.
Aún peor, me ciega mi
imagen mental de mi misma.
Tanta ceguera mental, tanto bloqueo corneal.
Mis pupilas aprendían
mi lección pero solo saben desaprender de la retina.
Oye, creo que ya veo algo.
Me veo a mí, mirándome a mí
misma.
Me entran ganas de preguntarle varias cosas, pero solo es una imagen que
se burla de mi salud mental.
Los cosméticos barridos por la lluvia lacrimal dibujan líneas
en mi rostro indefinido.
Taciturno sentir de agradable angustia punzante, tan
familiar como el respirar.
La dulce infelicidad
me envuelve como un halo invisible mortecino.
¿Dónde fue el hambre de vivir?
¿Dónde están los amaneceres de verano de la infancia perdida?
Creo que se
fueron de vacaciones a un lejano lugar en el que nunca estuve.
Este invierno perenne no se despega de mi alma. Y no cabe en
el microondas emocional.
Mi autoestima ya no es mía, y la atropellaron haciendo
autoestop en pleno asfalto, en la calle de la desesperación.
Intentaron reanimarla, pero ya llevaba muerta
mucho tiempo.
Así que aquí está, pegada a mi sombra, y voy arrastrándola, a cada paso.
Es un peso muerto que me retrasa el paso, me para el reloj interno, y me toca la moral.
Cuesta andar así, llevar tu autoestima muerta atada a tu lánguida sombra te
lleva a la locura.
Tendré que volverlo a olvidar todo.
Espera.
¿Quién soy?
¿Hola?
ESCRITO: AMADEO IRACUNDO.
DIBUJO: HÉCTOR ROMERO.